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lunes, 24 de febrero de 2014

La física cuántica confirma que creamos nuestra realidad



La física moderna dice "tú si puedes"

Durante décadas, los poderes de la mente han sido cuestiones asociadas al mundo "esotérico", cosas de locos. La mayor parte de la gente desconoce que la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre el pensamiento y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en realidad, podemos. Sorprendentes experimentos en los laboratorios más adelantados del mundo corroboran esta creencia.
El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas décadas mediante las "tomografías". Conectando electrodos a este órgano, se determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La fórmula es bien sencilla: se mide la actividad eléctrica mientras se produce una actividad mental, ya sea racional, como emocional, espiritual o sentimental y así se sabe a qué área corresponde esa facultad.
Estos experimentos en neurología han comprobado algo aparentemente descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en ciertas partes de nuestro cerebro... pero cuando se exhorta al sujeto a que cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idéntica! Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando "ve" que cuando "siente", llega la gran pregunta: ¿cuál es la Realidad? "La solución es que el cerebro no hace diferencias entre lo que ve y lo que imagina porque las mismas redes neuronales están implicadas; para el cerebro, es tan real lo que ve como lo que siente", afirma el bioquímico y doctor en medicina quiropráctica, Joe Dispenza en el libro "¿y tú qué sabes?". En otras palabras, que fabricamos nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es decir, mediante nuestras emociones.

La farmacia del cerebro
En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que existe, donde se crean unas partículas llamadas "péptidos", pequeñas secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o neuropéptidos. Ellas son las responsables de las emociones que sentimos diariamente. Según John Hagelin, profesor de física y director del Instituto para la ciencia, la tecnología y la política pública de la Universidad Maharishi, dedicado al desarrollo de teorías del campo unificado cuántico: "hay química para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia..."
En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula pituitaria hasta la sangre, que conectará con las células que tienen esos receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que descarga los pensamientos a través de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios, pero lo que sí se ve es la tormenta eléctrica que provoca cada mentalismo, conectando las neuronas a través de las "fisuras sinápticas".
Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose a esas experiencias emocionales. La Dra. Candance Pert, poseedora de patentes sobre péptidos modificados, y profesora en la Universidad de Medicina de Georgetown, lo explica así: "Cada célula es un pequeño hogar de conciencia. Una entrada de un neuropéptido en una célula equivale a una descarga de bioquímicos que pueden llegar a modificar el núcleo de la célula".
Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células son las que se acostumbran a "recibir" cada una de las emociones: ira, angustia, alegría, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo... Al acostumbrarse a ellas, se crean hábitos de pensamiento. A través de los millones de terminaciones sinápticas, nuestro cerebro está continuamente recreándose; un pensamiento o emoción crea una nueva conexión, que se refuerza cuando pensamos o sentimos "algo" en repetidas ocasiones. Así es como una persona asocia una determinada situación con una emoción: una mala experiencia en un ascensor, como quedarse encerrado, puede hacer que el objeto "ascensor" se asocie al temor a quedarse encerrado. Si no se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro podría relacionar ese pensamiento- objeto con esa emoción y reforzar esa conexión, conocida en el ámbito de la psicología como "fobia" o "miedo".
Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que recurramos a una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El objetivo inconsciente es "engañar" a nuestras células con otra emoción diferente, generalmente, algo que nos excite, "distrayéndonos" del miedo. De esta manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará, inevitablemente, con la "solución", es decir, con la adicción. Detrás de cada adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo insertado en la memoria celular.
La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo vicioso, en cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que es el "pasaje a la liberación". Porque, como ha demostrado el Instituto Tecnológico de Massachussets en sus investigaciones con lamas budistas en estado de meditación, nuestro cerebro está permanentemente rehaciéndose, incluso, en la ancianidad. Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas formas de vivir las emociones..

Mente creadora
Los experimentos en el campo de las partículas elementales han llevado a los científicos a reconocer que la mente es capaz de crear. En palabras de Amit Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, el comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el observador: "cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo hace, como una partícula". Ello quiere decir que las expectativas del observador influyen en la Realidad de los laboratorios... y cada uno de nosotros está compuestos de millones de átomos.
Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevaría a que nuestra Realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si una partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede comportarse como materia o como onda... Nosotros podemos hacer lo mismo.

La realidad molecular
Los sorprendentes experimentos del científico japonés Masaru Emoto con las moléculas de agua han abierto una increíble puerta a la posibilidad de que nuestra mente sea capaz de crear la Realidad. "Armado" de un potente microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las moléculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en una cámara frigorífica para que se helaran y así, consiguió fotografiarlas. Lo que encontró fue que las aguas puras creaban cristales de una belleza inconmensurable, mientras que las sucias, sólo provocaban caos. Más tarde, procedió a colocar palabras como "Amor" o "Te odio", encontrando un efecto similar: el amor provocaba formas moleculares bellas mientras que el odio, generaba caos.
Por último, probó a colocar música relajante, música folk y música thrash metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las fotografías.
La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos que componen las moléculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno grande de Oxígeno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o caóticamente. Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua, entenderemos cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la música que escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos armoniosa. Nuestra estructura interna está reaccionando a todos los estímulos exteriores, reorganizando los átomos de las moléculas.

El valioso vacío atómico
Aunque ya los filósofos griegos especularon con su existencia, el átomo es una realidad científica desde principios de siglo XX.. La física atómica dio paso a la teoría de la relatividad y de ahí, a la física cuántica. En las escuelas de todo el mundo se enseña hoy día que el átomo está compuesto de partículas de signo positivo (protones) y neutras (neutrones) en su núcleo y de signo negativo (electrones) girando a su alrededor. Su organización recuerda extraordinariamente a la del Universo, unos electrones (planetas) girando alrededor de un sol o núcleo (protones y neutrones). Lo que la mayoría desconocíamos es que la materia de la que se componen los átomos es prácticamente inexistente. En palabras de William Tyler, profesor emérito de ingeniería y ciencia de la materia en la universidad de Stanford, "la materia no es estática y predecible. Dentro de los átomos y moléculas, las partículas ocupan un lugar insignificante: el resto es vacío".
En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada sino mucho más maleable de lo que pensábamos. El físico Amit Goswani es rotundo: "Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro al respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así que, en lugar de pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades, posibilidades de la consciencia. La física cuántica solo calcula posibilidades, así que la pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quién elige de entre esas posibilidades para que se produzca mi experiencia actual? La respuesta de la física cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no puede ser ignorado".

¿Qué realidad prefieres?
El ya famoso experimento con la molécula de fullerano del doctor Anton Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos de la molécula de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de cárbón) eran capaces de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este experimento "de ciencia ficción" se realiza hoy día con normalidad en laboratorios de todo el mundo con partículas que han llegado a ser fotografiadas. La realidad de la bilocación, es decir, que "algo" pueda estar en dos lugares al mismo tiempo, es algo ya de dominio público, al menos en el ámbito de la ciencia más innovadora. Jeffrey Satinover, ex presidente de la fundación Jung de la universidad de Harvard y autor de libros como "El cerebro cuántico" y "El ser vacío", lo explica así: "ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de Estados Unidos, objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que están en dos lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografías. Yo creo que mucha gente pensará que los científicos nos hemos vuelto locos, pero la realidad es así, y es algo que todavía no podemos explicar".
Quizás porque algunos piensen que la gente "de a pie" no va a comprender estos experimentos, los científicos todavía no han conseguido alertar a la población de las magníficas implicaciones que eso conlleva para nuestras vidas, aunque las teorías anejas sí forman parte ya del dominio de la ciencia divulgativa.
Seguramente la teoría de los universos paralelos, origen de la de la "superposición cuántica", es la que ha conseguido llegar mejor al gran público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número "n" de ondas que conviven en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se convierte en Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos ocupamos, con nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos ("yo sí puedo", "yo no puedo") de encerrarnos en una realidad limitada y negativa o en la consecución de aquellas cosas que soñamos. En otras palabras, la física moderna nos dice que podemos alcanzar todo aquello que ansiamos (dentro de ese abanico de posibilidades- ondas, claro).
En realidad, los descubrimientos de la física cuántica vienen siendo experimentados por seres humanos desde hace milenios, concretamente, en el ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los manuscritos del Mar Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad espiritual a la que, dicen, perteneció Jesucristo) tenían una manera de orar muy diferente a la actual. En su libro "El efecto Isaías: descodificando la perdida ciencia de al oración y la plegaria", Braden asegura que su manera de rezar era muy diferente a la que los cristianos adoptarían. En lugar de pedir a Dios "algo", los esenios visualizaban que aquello que pedían ya se había cumplido, una técnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición, sin ir más lejos. Seguramente, muchos han visto en los campeonatos de atletismo cómo los saltadores de altura o pértiga realizan ejercicios de simulación del salto: interiormente se visualizan a sí mismos, ni más ni menos que realizando la proeza. Esta técnica procede del ámbito de la psicología deportiva, que ha desarrollado técnicas a su vez recogidas del acervo de las filosofías orientales. La moderna Programación Neurolingüística, usada en el ámbito de la publicidad, las relaciones públicas y de la empresa en general, coincide en recurrir al tiempo presente y a la afirmación como vehículo para la consecución de los logros. La palabra sería un paso más adelante en la creación de la Realidad, por lo que tenemos que tener cuidado con aquello que decimos pues, de alguna manera, estamos atrayendo esa realidad..

La búsqueda científica del alma
En las últimas décadas, los experimentos en el campo de la neurología han ido encaminados a encontrar donde reside la conciencia. Fred Alan Wolf, doctor en física por la universidad UCLA, filósofo, conferenciante y escritor lo explica así en "¿Y tú qué sabes?" de la que se espera la segunda parte en pocos meses: "Los científicos hemos tratado de encontrar al observador, de encontrar la respuesta a quién está al mando del cerebro: sí, hemos ido a cada uno de los escondrijos del cerebro a encontrar el observador y no lo hemos hallado; no hemos encontrado a nadie dentro del cerebro, nadie en las regiones corticales del cerebro pero todos tenemos esa sensacion de ser el observador". En palabras de este científico, las puertas para la existencia del alma están abiertas de par en par: "Sabemos lo que el observador hace pero no sabemos quién o qué cosa es el observador".

Hoy recuperadas por la física cuántica, muchas de estas afirmaciones eran conocidas en la Antigüedad, como en el caso del "Catecismo de la química superior", de Karl von Eckartshausen.

Cuadro 1 - Nuestro cerebro: un ordenador que procesa información
A cada segundo, en una vida como la moderna llena de estímulos: nos bombardean enormes cantidades de información. El cerebro solo procesa una mínima cantidad de ella: 400 mil millones de bits de información por segundo. Los estudios científicos han demostrado que sólo somos conscientes de 2.000 mil de esos bits, referidos al medio ambiente, el tiempo y nuestro cuerpo. Así pues, lo que consideramos la Realidad, es decir, aquello que vivimos, es sólo una mínima parte de lo que en realidad está ocurriendo. ¿Cómo se filtra toda esa información?
A través de nuestras creencias: El modelo de lo que creemos acerca del mundo, se construye desde lo que sentimos en nuestro interior y de nuestras ideas. Cada información que recibimos del exterior se procesa desde las experiencias que hemos tenido y nuestra respuesta emocional procede de estas memorias. Por eso, los malos recuerdos nos impulsan a caer en los mismos errores.

Cuadro 2: Cómo romper con esos malos hábitos del pensamiento
El cerebro crea esas redes a partir de la memoria: ideas, sentimientos, emociones. Cada asociación de ideas o hechos, incuba un pensamiento o recuerdo en forma de conexión neuronal, que desemboca en recuerdos por medio de la memoria asociativa. A una sensación o emoción similar, reaparecerá ese recuerdo en forma de idea o pensamiento.. Hay gente que conecta "amor" con "decepción" o "engaño", así que cuando vaya a sentir amor, la red neuronal conectará con la emoción correspondiente a cómo se sintió la última vez que lo sintió: ira, dolor, rabia, etc. Según Joe Dispenza "si practicamos una determinada respuesta emocional, esa conexión sináptica se refuerza y se refuerza.. Cuando aprendemos a "observar" nuestras reacciones y no actuamos de manera automática, ese modelo se rompe". Así pues, aprender a "ver" esas asociaciones es la mejor manera de evitar que se repitan: la llave es la conciencia.

Cuadro 3: La mecánica de la erección
La mejor metáfora del pensamiento creador es el miembro masculino. Una sola fantasía sexual, es decir, un pensamiento erótico, es capaz de producir una erección, con toda la variedad de glándulas endocrinas y hormonas que participan en ello. Nada hay fuera de la mente del hombre pero, sin embargo, se produce un torbellino hormonal que desemboca en un hecho físico palpable. En el lado femenino, también el poder del pensamiento asociado al erotismo se convierte a menudo en hechos físicos, demostrando la capacidad del pensamiento para crear situaciones placenteras... o adictivas. Los más firmes defensores del poder de la visualización llegan a proponer que se puede obtener a través de ella casi todo lo que deseamos.

¿QUE ES UNA ONDA DE FORMA?
Muchos científicos y físicos cuánticos reconocen el poder de transmisión en cualquier forma simple geométrica o como un diseño ondulado de un rastro de energía, es un ONDA DE FORMA simple. Puede tener un patrón geométrico o puede ser un gesto de pincel simple como una onda que contiene el significado completo, la intención y la energía de un momento dado de intensidad mientras da forma a la realidad y puede tener en su ser todas las cualidades que lo crearon. Es una semilla de fractal energético que dada la situación correcta continuará su crecimiento y multiplicándose. Éstas son modelos y formas que crean la energía y transmiten los patrones específicos, del pensamiento, nosotros hemos estado usándolos en los templos, las iglesias, logotipos, publicidad y podemos reconocer inmediatamente la armonía y desarmonia en ellos. Ciertos modelos de la geometría sagrada parecen actuar recíprocamente con su entorno armonizando y estabilizando sus moléculas, como si organizara los átomos y electrones. Puede significar que un cierto diseño de geometría YANTRA de ENERGÍA puede polarizar las partículas e incluso podría purificar el agua, aumentando las cualidades y la armonía en su entorno

martes, 18 de febrero de 2014

La pérdida de la inocencia





Los humanos somos, por naturaleza, seres muy sensibles. Pero si tenemos una sensibilidad tan elevada es porque percibimos todas las cosas a través del cuerpo emocional. Este cuerpo emocional es como un aparato de radio que se puede sintonizar para percibir determinadas frecuencias o bien para reaccionar frente a otras. La frecuencia normal de los seres humanos antes de la domesticación se ajusta en la exploración y el disfrute de la vida; estamos sintonizados para amar. De pequeños no definimos el amor como un concepto abstracto, sólo lo vivimos. Es tal como somos.

Tanto el cuerpo emocional como el cuerpo físico cuentan con un componente parecido a un sistema de alarma que nos permite saber cuándo algo no va bien. En el caso del cuerpo físico este sistema de aviso es lo que denominamos dolor.

Cuando sentimos dolor es porque hay algún problema en nuestro cuerpo, algo que es necesario examinar y sanar. En el caso del cuerpo emocional, el sistema de alarma es el miedo. Siempre que sentimos miedo es porque alguna cosa no va bien. Quizá corra peligro nuestra vida.

El cuerpo emocional percibe las emociones, pero no a través de los ojos. Las emociones se perciben a través del cuerpo emocional. Los niños sencillamente «sienten» emociones, pero su mente racional no las interpreta ni las cuestiona. Esta es la razón por la que aceptan a determinadas personas y rechazan a otras. Cuando no se sienten seguros cerca de una persona, la rechazan porque son capaces de sentir las emociones que esa persona proyecta. Los niños perciben fácilmente cuando alguien está enfadado, ya que su sistema de alarma les provoca un pequeño miedo que les dice: «No te acerques», y siguiendo su instinto, no lo hacen.

Aprendemos a tener un determinado estado emocional según la energía emocional que impregne nuestro hogar y de cómo reaccionemos personalmente a esa energía. A eso se debe que cada componente de la familia, aunque sean hermanos, reaccione de un modo diferente dependiendo de la manera en que haya aprendido a defenderse a sí mismo y a adaptarse a las circunstancias. Cuando los padres se pelean constantemente, falta la armonía y el respeto entre ellos, y se mienten, los niños siguen su ejemplo emocional y aprenden a ser como ellos. Y aunque les digan que no sean así y que no mientan, la energía emocional de sus padres y de toda su familia les hará percibir el mundo de una manera similar.

La energía emocional que impregne nuestro hogar sintonizará nuestro cuerpo emocional con esa frecuencia. El cuerpo emocional empieza a cambiar su sintonización y llega un momento que deja de ser la sintonización normal del ser humano. Jugamos al juego de los adultos, jugamos al juego del Sueño externo y perdemos. Perdemos nuestra inocencia, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestra felicidad y nuestra tendencia a amar. Nos vemos forzados a cambiar y empezamos a percibir otro mundo, otra realidad: la realidad de la injusticia, la realidad del dolor emocional, la realidad del veneno emocional.

Bienvenidos al infierno: el infierno que los seres humanos crean, el Sueño del Planeta. Somos bienvenidos a este infierno, pero no lo hemos inventado nosotros. Ya estaba aquí antes de que naciésemos.

Si observas a los niños podrás ver cómo se destruye el amor verdadero y la libertad. Imagínate a un niño de dos o tres años que corre y se divierte en el parque. Mamá está mirando al pequeño y tiene miedo de que se caiga y se lastime. Entonces se levanta para detenerlo, pero el niño, creyendo que está jugando con él, intenta correr todavía más deprisa. Los coches pasan cerca, por una calle próxima, y eso intensifica todavía más el miedo de mamá hasta que, finalmente, lo atrapa. El niño espera que ella se ponga a jugar con él, y sin embargo lo único que recibe es una azotaina. ¡Boom! Esto le causa un sobresalto. La felicidad del niño no era otra cosa que la expresión del amor que emanaba de él, pero después de eso es incapaz de comprender por qué su madre actúa de ese modo. Con el tiempo, este tipo de sobresalto acabará por bloquear el amor. El niño no comprende las palabras, pero aun así, se pregunta: «¿Por qué?».

Y de este modo, correr y jugar, una expresión del amor, ha dejado de ser algo seguro porque, cuando expresas tu amor, tus padres te castigan. Te envían a tu habitación y no puedes hacer lo que quieres. Te dicen que estás siendo un niño o una niña mala y eso te hace sentir humillado, significa castigo.

En ese sistema de premios y castigos existe un sentido de la justicia y de la injusticia, de lo que es legítimo y de lo que no lo es. El sentido de la injusticia es como un cuchillo que abre una herida emocional en la mente. Después, según cómo reaccionemos ante la injusticia, la herida puede infectarse con veneno emocional. Pero ¿por qué se infectan algunas heridas? Veamos otro ejemplo.

Imagínate que tienes dos o tres años. Te sientes feliz, estás jugando, explorando. Aún no tienes conciencia de lo que es bueno o de lo que es malo, de lo que es correcto o incorrecto, de lo que deberías hacer y de lo que no deberías hacer, porque todavía no estás domesticado. Estás jugando en la habitación con un objeto que se encuentra cerca de ti. No tienes intención de hacer nada malo, ni de intentar causarle daño a nadie, pero estás jugando con la guitarra de tu papá. Para ti es sólo un juguete; no quieres hacerle el menor daño a tu padre. Pero él tiene uno de esos días en los que no se siente bien. Tiene problemas en su trabajo.

Entra en la habitación y te encuentra jugando con sus cosas. Se enfada de inmediato, te coge y te da una zurra.

Desde tu punto de vista, es una injusticia. Tu padre no hace más que entrar, y con su enfado, te hace daño. Confiabas plenamente en él porque es tu papá, alguien que, por lo general, te protege y te permite jugar y ser tú mismo. Sin embargo, ahora hay algo que no acaba de encajar. Ese sentido de la injusticia es como un dolor en el corazón. Te sientes vulnerable; te hace daño y te hace llorar. Pero no lloras únicamente porque te ha dado una azotaina. No es la agresión física lo que te duele; lo que te parece injusto es la agresión emocional. No habías hecho nada malo.

Ese sentido de la injusticia abre una herida emocional en tu mente.

Tu cuerpo emocional está herido, y en ese momento, pierdes una pequeña parte de tu inocencia. Aprendes que no puedes confiar siempre en tu padre, y aun en el caso de que tu mente todavía no lo sepa, porque no lo analiza, sí lo comprende: «No puedo confiar». Tu cuerpo emocional te dice que existe algo en lo que no puedes confiar y que ese algo puede repetirse.

Quizá reacciones con miedo; quizá con enfado o con timidez o sencillamente te pongas a llorar. Pero esa reacción ya es producto del veneno emocional porque, la reacción normal antes de la domesticación es que, cuando tu papá te da una bofetada, tú quieras devolvérsela. Le pegas o sólo intentas levantar la mano, pero lo único que consigues con eso es que él se enfade todavía más contigo. Solamente has levantado la mano, pero has conseguido que reaccione con mayor enfado y recibes un castigo todavía peor. Ahora sabes que te destruirá. Ahora le tienes miedo y dejas de defenderte porque eres consciente de que, si lo hicieses, únicamente conseguirías empeorar las cosas. 

Sigues sin comprender el porqué, pero sabes que tu padre puede incluso matarte. Esto abre una herida atroz en tu mente. Antes de que ocurriese todo, tu mente estaba completamente sana; eras del todo inocente. Sin embargo, ahora, después de estos acontecimientos, la mente racional intenta hacer algo con esa experiencia. Aprendes a reaccionar de un modo determinado, de una manera particular, tuya.

Guardas la emoción en ti y eso cambia tu forma de vivir. Y a partir de entonces, esta experiencia se repite cada vez con mayor frecuencia. La injusticia proviene de mamá y de papá, de los hermanos y de las hermanas, de los tíos y las tías, del colegio, de la sociedad, de todos.

Con cada miedo aprendes a defenderte, pero no lo haces de la misma manera que antes de la domesticación, cuando te defendías y seguías jugando.

Ahora hay algo dentro de la herida que, en un principio, no parece representar un gran problema: el veneno emocional. No obstante, el veneno emocional se acumula y la mente empieza a jugar con él. A continuación, el futuro empieza a preocuparnos un poco porque tenemos el recuerdo del veneno y no queremos que vuelva a ocurrir. También tenemos recuerdos de cuando hemos sido aceptados; recordamos a mamá y a papá siendo buenos con nosotros y viviendo en armonía.

Queremos esa armonía pero no sabemos de qué modo crearla. Y, como estamos en el interior de la burbuja de nuestra propia percepción, nos parece que cualquier cosa que sucede a nuestro alrededor ha sido provocada por nosotros. Creemos que mamá y papá se pelean por nuestra culpa incluso cuando no tiene nada que ver con nosotros.

Poco a poco perdemos nuestra inocencia; empezamos a sentir resentimiento, y después, ya no perdonamos más. Con el tiempo, estos incidentes e interacciones nos enseñan que no es seguro ser quienes realmente somos. Por supuesto, la intensidad de todo esto varía en cada ser humano según sea su inteligencia y su educación. Dependerá de muchos factores. Si tienes suerte, la domesticación no será tan fuerte.

Ahora bien, si no eres tan afortunado, la domesticación puede ser tan dura y causar unas heridas tan profundas que incluso tengas miedo de hablar. El resultado es: «Oh, soy tímido». La timidez es el miedo a expresarse uno mismo. Quizá creas que no sabes bailar o cantar, mas esto es sólo la represión de un instinto humano natural: expresar el amor.

Los seres humanos utilizamos el miedo para domesticar a otros seres humanos; cada vez que experimentamos una nueva injusticia, nuestro miedo aumenta. El sentido de la injusticia es como un cuchillo que abre una herida en nuestro cuerpo emocional. El veneno emocional se genera a partir de la reacción frente a lo que consideramos una injusticia.

Algunas heridas se curarán, pero otras se infectarán con más y más veneno. Cuando estamos llenos de veneno emocional, sentimos la necesidad de liberarlo, y para deshacernos de él, se lo enviamos a otra persona. ¿Y cómo lo hacemos? Pues captando su atención. 

Tomemos el ejemplo de una pareja corriente. Por la razón que sea, la mujer está enfadada. Está llena de veneno emocional debido a una injusticia que tiene su origen en el marido. Éste no se encuentra en casa, pero ella recuerda la injusticia y el veneno aumenta en su interior.

Cuando el marido llega, lo primero que ella quiere hacer es captar su atención porque, cuando lo haga, podrá traspasarle a él todo el veneno y entonces sentirse aliviada. Tan pronto le dice lo malo, estúpido o injusto que es, le transfiere a su marido el veneno que acumulaba en su interior. 

Habla y habla sin parar hasta que consigue captar su atención. 

Finalmente, él reacciona y se enfurece, y entonces, ella se siente mejor.

Sin embargo, ahora el veneno recorre el cuerpo de él y siente la necesidad de desquitarse. Tiene que captar la atención de ella a fin de librarse del veneno, pero ya no es sólo el veneno de ella: es el veneno de ella más el veneno de él. Si observas esta interacción detenidamente, comprenderás que lo que están haciendo es hurgar en sus respectivas heridas y jugar a ping-pong con el veneno emocional. De este modo, el veneno seguirá aumentando sin parar hasta que, algún día, uno de los dos estalle. Aun así, esta es la manera en que los seres humanos nos relacionamos a menudo.

Al captar la atención, la energía va de una persona a otra. La atención es algo muy poderoso en lamente del ser humano. De hecho, en todo el mundo las personas van continuamente a la caza de la atención de los demás, y cuando la capturan, crean canales de comunicación. Pero al igual que se transfiere el sueño y el poder, también se transfiere el veneno emocional.

Normalmente, nos liberamos del veneno traspasándoselo a la persona que creemos responsable de la injusticia, pero si esa persona es tan poderosa que no podemos enviárselo, entonces lo lanzamos contra cualquier otra sin importarnos de quien se trate. Por ejemplo a los niños, que no son capaces de defenderse de nosotros, estableciendo así relaciones abusivas. De este modo, la gente que tiene poder abusa de los que tienen menos, porque necesita deshacerse de su veneno emocional. Hay que desprenderse del veneno, y por eso en ocasiones, no se tiene en cuenta la justicia; sólo queremos deshacernos de él, queremos paz. Esa es la razón por la que los seres humanos andan siempre detrás del poder, porque, cuanto más poderoso se es, más fácil resulta descargar el veneno sobre los que no pueden defenderse.

Por supuesto, estoy hablando de las relaciones en el infierno, de la enfermedad mental que existe en el planeta. No hay que culpar a nadie de esta enfermedad; no es buena ni mala ni correcta ni incorrecta; sencillamente, esa es la patología normal de esta enfermedad. Nadie es culpable por comportarse de manera abusiva con los demás. Del mismo modo que la gente de aquel planeta imaginario no era culpable de que su piel estuviese enferma, tú no eres culpable de tener heridas infectadas con veneno. Cuando estás herido o físicamente enfermo, no te culpas a ti mismo por estarlo. Entonces, ¿por qué sentirse mal o culpable si tu cuerpo emocional está enfermo?

Lo que sí es importante es cobrar conciencia de que tenemos este problema, ya que cuando lo hacemos así, tenemos la oportunidad de sanar nuestro cuerpo y nuestra mente emocional y de dejar de sufrir. Sin esa conciencia, no es posible hacer nada. Lo único que nos queda es continuar sufriendo las consecuencias de nuestra interacción con otros seres humanos, y no sólo eso, sino también sufrir a causa de la interacción que mantenemos con nuestro propio yo, porque también nos tocamos nuestras propias heridas con el único propósito de castigarnos.

En nuestra mente hay una parte, creada por nosotros, que siempre está juzgando. El Juez juzga todo lo que hacemos, lo que no hacemos, lo que sentimos, lo que no sentimos. Nos juzgamos a nosotros mismos de manera continua y juzgamos incesantemente a los demás basándonos en nuestras creencias y en nuestro sentido de la justicia y demás estén equivocados. Sentimos la necesidad de tener «razón» porque intentamos proteger la imagen que queremos proyectar al exterior.

Tenemos que imponer nuestro modo de pensar, no sólo a otros seres humanos sino también a nosotros mismos.

Cuando cobramos conciencia de todo esto, comprendemos con facilidad por qué no funcionan las relaciones: con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestra pareja e incluso con nosotros mismos. ¿Por qué no funciona la relación que mantenemos con nosotros mismos? Porque estamos heridos y llenos de todo ese veneno emocional que a duras penas somos capaces de manejar. Estamos llenos de veneno porque hemos crecido con una imagen de perfección que no se corresponde a la realidad, que no existe, y sentimos esa injusticia en nuestra mente.

Hemos visto de qué modo creamos esa imagen de perfección para complacer a los demás, aun cuando ellos crean su propio sueño, que no guarda ninguna relación con nosotros. Intentamos complacer a mamá  y a papá, intentamos complacer a nuestro profesor, a nuestro guía espiritual, a nuestra religión, a Dios. Pero la verdad es que, desde su punto de vista, nunca seremos perfectos. Esa imagen de perfección nos dice cómo deberíamos ser a fin de reconocer que somos buenos, a fin de aceptarnos a nosotros mismos. Pero ¿sabes qué? De todas las mentiras que nos creemos de nosotros mismos, esta es la más grande, porque nunca seremos perfectos. Y no hay manera de perdonarnos por no serlo. 

Esa imagen de perfección cambia nuestra forma de soñar.

Aprendemos a negarnos y a rechazarnos a nosotros mismos. Según todas las creencias que tenemos, nunca somos lo bastante buenos o lo bastante adecuados o lo bastante limpios o lo bastante sanos. Siempre existe algo que el juez no acepta ni perdona jamás. Por esta razón rechazamos nuestra propia humanidad; es decir, esta es la razón por la que no nos merecemos ser felices; esta es la razón por la que buscamos a alguien que nos maltrate, a alguien que nos castigue. Y debido a esa imagen de perfección nos sometemos a un alto nivel de maltrato personal.

Cuando nos rechazamos a nosotros mismos y nos juzgamos, cuando nos declaramos culpables y nos castigamos de una manera tan excesiva, tenemos la sensación de que el amor no existe. Parece como si en este mundo sólo existiera el castigo, el sufrimiento y el juicio. El infierno tiene muchos niveles diferentes. Algunas personas caen muy profundamente en el infierno y otras apenas están en él, pero de todos modos, ahí es donde se encuentran. En el infierno se dan relaciones muy abusivas, aunque también hay otras en las que apenas existe el abuso.

Ya no eres un niño, así que si estás manteniendo una relación abusiva es porque aceptas ese maltrato, porque crees que te lo mereces. Y aunque la cantidad de maltratos que estás dispuesto a aceptar tiene un límite, debes saber que no hay nadie en el mundo entero que te maltrate más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otras personas es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien te maltrata más de lo que tú mismo te maltratas, te alejas, corres y te escapas de él. Ahora bien, si esa persona te maltrata sólo un poco más de lo que tú mismo te maltratas, quizás aguantes más tiempo. Todavía te mereces ese maltrato.

Por lo general, en las relaciones corrientes que mantenemos en el infierno se trata de pagar por una injusticia; de desquitarse. Te maltrato a ti de la manera que necesitas que te maltraten y tú me maltratas a mí de la manera que yo necesito que me maltraten. El equilibrio es bueno; funciona. La energía atrae un mismo tipo de energía, por supuesto, un mismo tipo de vibración. Si una persona se te acerca y te dice: «Oh, me maltrata tanto» y tú le preguntas: «Bueno, ¿por qué sigues ahí?» ni siquiera sabrá contestarte por qué. La verdad es que necesita ese maltrato porque esa es su manera de castigarse.

La vida te trae exactamente lo que necesitas. En el infierno existe una justicia perfecta. No hay nada a lo que podamos echarle la culpa.

Incluso podemos decir que nuestro sufrimiento es un regalo. Basta con que abras los ojos y mires lo que te rodea para limpiar el veneno, sanar tus heridas, aceptarte y salir del infierno.