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martes, 27 de abril de 2010

CREAR CUALQUIER COSA, PERO CREAR PERMANENTEMENTE




La conciencia colectiva de la humanidad aún se sostiene en el miedo y la sobrevivencia. Y esa energía nos rodea y se permea en nuestra piel si no somos conscientes de lo que queremos vivir y de que somos capaces de crearlo nosotros mismos. Esta energía nos dice que no seamos espontáneos, que seamos “buenos” a partir de valores que fomentan el juicio hacia quienes se atreven a ser lo que son, y moverse en libertad. Es una energía que intenta quedarse en nuestra sangre para que nos siga pareciendo normal su presencia adormecedora. Es la energía que cree en lo negativo de las personas y por eso se esmera en que saquemos lo “positivo”, instalándonos en la idea de que siempre tenemos que ser algo distinto a lo que somos en verdad. “En algún momento seremos mejores de lo que somos ahora”; esta afirmación, que nace de los valores mal llamados cristianos y que esparció la iglesia católica por siglos para atontar corazones y mentes, no nos permite vivir nuestro presente, nuestro ahora, en tranquilidad, aceptación y amor por nosotros mismos, y es de esa forma que esta conciencia colectiva somete nuestro propio empoderamiento. Pero es necesario al mismo tiempo, comprender que somos nosotros quienes creamos esa conciencia al aceptarla como válida, por lo tanto somos nosotros quienes podemos transformarla, pero primero hay que reconocerla, abrazarla, agradecerle y permitir que se vaya. Si luchamos contra ella, otorgándole un valor negativo, estaremos en el mismo juego de creer que como estamos viviendo hoy “no está bien”.

Esta energía que se resiste a partir no permite el sueño, no lo fomenta, es más, lo destruye en lógicas tales como: ¿para qué transformar mis creencias si así estoy bien? ¿Para qué creer en un sueño si el mundo está tan mal? ¡No será posible! etc., porque pretender crear un sueño en la vida cotidiana requiere responsabilidad, hacerse cargo de las decisiones que se toman y dejar de culpar a los demás de la propias circunstancias de vida…, y eso, por ahora, pocas personas están dispuestas a hacerlo. Esa conciencia adormecedora no es algo externo y ajeno a nosotros mismos, se nos pega porque nosotros lo queremos así, porque nos sirve para no tomar las riendas de nuestras vidas. Es por eso que necesitamos saber qué queremos vivir en verdad, si felicidad o penas. Por ejemplo, con respecto a las catástrofes de Haití y Chile, ¿qué decidimos? ¿Enviar pensamientos de congoja, miedo a lo que vendrá, juicios a quienes contaminan en planeta y lo llevan a reaccionar así (que somos todos por lo demás), seguir buscando culpables externos que se alimentan de la energía de lucha y miedo, etc? Y no digo que no existan personajes o entidades que propician la conciencia de miedo, pero somos nosotros los que ingenuamente les seguimos el juego buscándolos, mirándolos, en definitiva, dándoles vida.

 ¿Qué sucedería –imagina- el día en que esos sujetos no encuentren a nadie a quien dañar, porque estaremos nosotros alentando con nuestra conciencia una nueva realidad en la que ellos no podrán entrar? Por lo tanto, ¿enviamos pensamientos de fuerza, amor, confianza de que todo está en un orden mayor a pesar de las apariencias, y la certeza de que todo reviste una oportunidad mayor de crecimiento? Voy al hecho de que todo, pero todo lo que sucede en el mundo en un reflejo de nuestro estado interior como conciencia colectiva.
Si nosotros conectamos con el miedo y el terror, eso es lo que se manifestará. Ahora bien, algunos estarán preguntándose, ¿pero quién podría desear tales destrucciones? Y te respondo: TODOS. Todos creamos estos terribles escenarios en cada momento en que nos entregamos a la conciencia del juicio y de la crítica, a la energía de sometimiento, y de que somos tan limitados, a la energía de miedo frente a lo que nos puede suceder en el futuro, a la conciencia de carencia y sobrevivencia. Cuando esto sucede, creamos precisamente el mundo que no queremos, creemos más en la destrucción que en nuestra capacidad de crear un sueño colectivo de amor. Son muchas las personas que aún duermen en esta energía de sometimiento y aún son muchos quienes se aprovechan de esa condición y la utilizan como instrumento de poder. En Haití, por tener un pueblo poco educado y pobre, es muy fácil que esto suceda; ellos mismos se sienten en el infierno y el mundo visualiza en ese territorio lo mismo; por lo tanto ¿qué puede resultar de esto? Sólo una
cosa: UN INFIERNO.

Si pretendemos crear un sueño despierto en nuestras vidas para que se manifieste en el mundo y todos vivamos en una conciencia de amor, es necesario entonces optar conscientemente. Reconocer con honestidad qué es lo queremos, a qué le creemos más, y entregarnos a ello con atención y confianza. Y no se trata de andar rígidos pensando siempre en no caer en el miedo o el desempoderamiento, sino todo lo contrario. Respirar, aceptar con amor nuestras circunstancias, soltar nuestros cuerpos y permitir que la energía universal fluya en su inteligencia y co-cree con nosotros los más íntimos deseos de amor. En definitiva se trata de entregarnos nosotros mismos ese amor que buscamos afuera. Energía de Amor, esa es la clave, eso creará algo nuevo, y este “algo nuevo” parte de lo más pequeño, de cualquier cosa, de lo que aún creemos que es insuficiente porque pensamos que en sí misma una transformación es algo grande e inalcanzable. Creo necesario que entendamos que lo que transformará nuestra conciencia no es aquello que creemos sino la energía de creación per se. Por lo tanto, lo que movilizamos al hacer cualquier cosa nueva en nuestra vidas, no es el producto sino la intención creadora que no es más que la conciencia de sabernos creadores y magos, en libertad y lejos de la peor esclavitud: CREER QUE NO SOMOS CAPACES DE CREAR. Si nos damos cuenta, cualquier limitación parte de una creencia.
Es decir, si llegamos a sentir que somos capaces de crear, eso es lo que sucederá. Crear cualquier cosa, pero crear permanentemente.

Crear un sueño en nuestros corazones, crear una nueva combinación en una receta de comida, crear nuevas formas de levantarnos en la mañana, crear nuevas formas de saludar a la gente,  nuevas formas de hablar, permitirnos creer que hay infinitas formas de entender tal o cual experiencia, etc., dejar los hábitos añejos y atrevernos a ser hombres y mujeres nuevos a cada instante. El temor surge cuando creemos ver en los ojos de los demás el juicio a nuestro cambio. Nosotros no nos permitimos ser nuevos humanos porque no queremos recibir el rechazo de los demás. No queremos escuchar, por ejemplo: ¡qué está raro fulanito de tal! ¡ya no es el mismo! Porque con esas sentencias se suma el hecho de dejar de recibir la aprobación de los demás, porque aún creemos que dicha aprobación es el sustento del amor, amor que aún no nos podemos dar por sí solos.

Podemos empezar con pequeñas cosas, con pequeños esfuerzos que rompan los hábitos diarios. Así, al darnos cuenta de cómo nos movemos día a día, alcanzamos la conciencia de cómo queremos ser y estar de aquí en adelante.
Atentos, en confianza y soltura, en auto-amor y sin juicio por nosotros mismos, podremos manifestar algo nuevo a cada instante, movilizando así la energía que en este momento nos ayudará a entender el mundo sin miedo, la energía de la creatividad, libertad y amor.

lunes, 12 de abril de 2010

Sincronicidad



 Sincronicidad es un término originariamente acuñado por Carl Jung que se  refiere a la unión de los acontecimientos interiores y exteriores de un modo  que no se puede explicar pero que tiene sentido para el observador, es  decir, ese tipo de eventos en nuestra vida que solemos achacar a la  casualidad, a la suerte, o a la magia.

 ¿Has experimentado alguna vez el placer de encontrar a la persona exacta que  necesitabas aparecida de la nada?, ¿o recibiste la llamada de alguien del  pasado de la que apenas unas horas antes te habías acordado sin motivo  aparente?, ¿o ese libro que encontraste al azar que responde a la duda que  te tenía bloqueado? La sincronicidad nos representa en el plano físico la  idea o solución que mora en la mente de la manera más fácil y sin apenas  esfuerzo. Se trata de vivir el mayor tiempo posible en ese “fluir” que hace  que la vida parezca una aventura permanente, un viaje de descubrimiento  constante sobre uno mismo, sobre los demás y el universo. Decir  sincronicidad es lo mismo que decir magia.

 Hay unas condiciones óptimas de manifestación, un estado mental propicio  para que puedan producirse y son los momentos personales intensos que nos  obligan a estar muy pendientes de las señales del exterior, los momentos en  que buscamos ayuda por intensas vivencias o crisis emocionales, los cambios  bruscos, los viajes, los momentos de peligro, las muertes de seres queridos.
 Los momentos en que nos olvidamos de la seguridad, de lo conocido y  trillado, del plan establecido, de lo que se supone que debemos hacer, son  los que nos sumergen en un estado de alerta y apertura perfectos para ser  consciente de esa dimensión simbólica de la vida que es la que al final nos  da la clave no sólo para la solución de nuestros problemas, sino para hallar  nuevas maneras de vivir intensa y conscientemente.
 La fé juega en esto un importante papel, la fé en uno mismo, en la fuerza  creativa del universo que nos guía exactamente a dónde queremos llegar, la  certeza de que si existe un miedo que nos bloquea, también hay un amor que  nos motiva a experimentar más allá de lo conocido; pero hemos de elegir la  aventura y no el hastío. Somos lo que pensamos, y experimentaremos esa magia  sólo si antes le damos la oportunidad creyendo en ella e invitándola a jugar  en nuestras vidas. Esos momentos difíciles o especiales nos han puesto en  ese estado de apertura y recepción, de nosotros depende que sigamos en esa  actitud de aceptación de esa fuerza universal que parece saber exactamente  lo que precisamos y nos lo brinda generosamente. No es ver para creer sino  creer para ver, pues lo que hay en nuestra mente es lo que hace que nos  atraigan y que nos veamos atraídos hacia lo que es análogo. Esa es la manera  en que todo se agrupa.

 La simbología y el sentido de estos acontecimientos nos da el mensaje exacto  que el universo representa para nosotros igual que si fuera una sesión de  cine particular. Las ideas poseen una vibración, a otros niveles tienen  forma y color que hace que atraigan lo análogo. Al atraer lo que se le  asemeja podemos leer en la materia lo que realmente pensamos sobre nosotros  mismos y del universo, y tomar decisiones sobre lo que deseamos ver  convertido en realidad y lo que no.

 Pero entonces me diríais ¿y porque no vivimos permanentemente en ese estado  idílico en el que todo se resuelve, en el que la información fluye, en el  que si fuera verdad seríamos como pequeños dioses creando lo que se nos  antojara?. Pues siempre depende de que en la mente haya mensajes positivos,  y emociones bondadosas en el corazón.

 1.- El estado fluido es de muy elevada vibración y de una conexión intensa  de mente y corazón, es decir, que el sentimiento es el que nos lleva a hacer  tal cual cosa, es el que - valga la redundancia- da “sentido” a la vida. El  sentimiento nos conecta directamente con el alma de las cosas y el  pensamiento debe de contenerlo y construir sobre él pero nunca dejar de  amarlo.

 Normalmente experimentamos desde la idea preconcebida y decidimos luego que  sentir por ella, emitimos un juicio antes de que la realidad se presente y  hace que no veamos lo que es sino lo que queremos ver, y la magia se  desvanece bajo el peso de la razón sin sentimiento por el miedo a lo  desconocido. El miedo y la duda corta el flujo instantáneamente.

 2.- El estado fluido está en permanente movimiento. Cada pieza del puzzle  aparece en el preciso momento con la condición de pillarnos conscientes,  despiertos, alertas y deseosos de recibirlas. Es como un juego en el que las  reglas se van desvelando a medida que avanzamos. Las piezas nos vienen en  forma de señales y analogías en la vida real y en forma de sueños mientras  dormimos. El desentrañar el significado de esas señales es como aprender a  descifrar las instrucciones del mapa del tesoro.

 Las actitudes derrotistas, la negatividad que lleva al cansancio, a la  rutina, a desear recibir constantemente en lugar de darse a uno mismo y a  los demás, generan estados de bloqueo e inactividad. Para ver las señales  hemos de hallarnos en camino.

 3.- Fluir es confianza, certeza en las propias posibilidades y en las de la  corriente creativa del universo. Fluir significa trabajar por ese estado  positivo interior que nos mantiene protegidos y dispuestos a abrirnos a  nuevas experiencias y milagros. Mientras nuestro discurso interno (y
 externo) sea “creo”, “puedo”, “confío”, “busco y encuentro”, “resuelvo”,  “disfruto”, “es posible” “si y además” y “me gusta”, todo irá bien sin  ninguna duda.

 Habitualmente los miedos, dudas y la falta de información de lo que  realmente somos capaces y de nuestra verdadera misión en la vida nos  bloquean y retrasan en el camino. Nos hacen mirar al pasado con  resentimiento y al futuro con cierto recelo. Aparecen los que yo llamo los  “isidoros” (¿y si me pasa esto o y si me equivoco?), los “esques” (es que no  sé, ya lo intenté pero...), los “siperos” y “noperos”, los “nopuedos”, los  “estoesimposible”, y los “esdifícil”, “estoesloquehay”, “nohayotraopción” y  demás programación negativa. Si eso hay en la mente, eso es lo que se  materializará.

 4.- Fluir no sabe de retenciones y por lo tanto tampoco del uso de la  fuerza, no es tanto vencernos sino convencernos, motivarnos y dirigirnos  hacia lo que deseamos ver convertido en realidad. La reina de la fluidez, el  agua, nunca se esfuerza demasiado en nada, busca siempre la salida hacia el  mar.

 Es muy común perdernos en luchar contra lo que queremos ver desparecer, lo  que lo hace mucho más grande. Transformar el muro en escalera para lograr  ver el otro lado suele ser mejor solución que darnos de cabezazos contra él.

 5.- Fluir es seguir fielmente la voz de la intuición y comprometernos con  ella; trabajarla hasta que sepamos distinguirla perfectamente de otras  voces. ¿y como saber lo que es intuición de la voz del Ego?. Igual que el  amor es el polo opuesto del temor, la intuición que viene de nuestro Ser  interno es el polo opuesto de la voz del ego que nos habla. Son lo mismo,  sólo que un polo es guiado por el amor y el otro por el temor.

 La intuición soluciona siempre para el mejor bien de todos, habla bajito,  viene en el momento oportuno y en sus ideas hay certeza y tranquilidad,  nunca ataca a nadie, y se mantiene en el presente. Es el amor dentro de  nosotros el que habla, lo que significa que se presenta en momentos de  intensa conexión interna, cuando nos sentimos entregados a la vida. Sus  soluciones son perfectas para ese momento. Suele ir seguida de un racional  “que tonterías se me ocurren” y la dejamos pasar.

 El ego habla alto y es repetitivo hasta la saciedad. Tiene miedo y se  defiende, sus ideas suelen ser del tipo ataque o huida, repasa sin cesar el  pasado y va creando expectativas de futuro. Es el que tiene miedo el que se  comunica, y por tanto sus soluciones nunca son definitivas y las situaciones  se repiten de nuevo. Curiosamente estamos más prestos a creer en éste otro  por ser lo conocido, lo que nos lleva a perder la oportunidad de  experimentar la magia de vivir en la incertidumbre. Aprendiendo a amarle,  educándole en la confianza y uniéndonos a él comienza la transformación  interna. La guerra debilita, ¡la unión hace la fuerza!

 Para terminar me gustaría citar a Deepak Chopra:
 “La incertidumbre de las cosas no despierta miedo en quien está en la  conciencia de la unidad, pues está seguro de si mismo. La voz de la verdad  interior dice: << abrazo a lo desconocido porque me permite ver nuevos  aspectos de mi mismo>>”....